Periódico "Adelante" del sábado 9 de junio de 2018, página 3.
13 de junio de 2018
5 de junio de 2018
Sucursal del Royal Bank of Canada en Guantánamo (c.1920)
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3 de junio de 2018
Billy Van Horne y su esposa en la playa de Marianao
William Cornelius Covenhoven Van Horne Jr (1907-1946), nieto de Sir William Van Horne fue nombrado igual que su abuelo en honor a este. Le llamaban cariñosamente Billy.
Se casó el 29 de noviembre de 1928 con Audrey Edythe Fraser, quien falleciera en un accidente automovilístico que se produjo en estrañas circunstancias en agosto de 1934.
La foto arriba fue tomada en la playa de Marianao de La Habana, en un viaje que debieron haber hecho alrededor del mes de abril de 1931. La publicó a principios de mayo la revista Social.
Billy volvió a casarse al año siguiente, en 1935 con Margaret Hannon.
Falleció en 1946 supuestamente de una alguna enfermedad muy rápida, aunque algunos medios de prensa dijeron por entonces que se había suicidado.
1 de junio de 2018
William Van Horne y los hombres de raza negra
"Un canadiense, Sir William Van Horne, conocido por sus
importantes empresas de ferrocarriles en Canadá y en Cuba, me resume su opinión
diciendo: Los Americanos han imitado el error de los ingleses, no han
comprendido que uno obtiene todo de los hombres, sean negros, amarillos o
blancos, cuando se les trata bien. Yo emplee negros en Cuba, les di mi
confianza, les entregué sumas considerables, mensajes importantes, documentos
de alto valor que debian trasladar de un extremo al otro de la isla, atravesando bosques y sitios aislados, y nunca me engañaron".
2 de mayo de 2018
Monument on San Juan Hill. Postal # 22. The Cuba Railroad
Postal # 22 dedicada al monumento en la loma de San Juan en Santiago de Cuba. Enviada en 1913 aparentemente desde el poblado de "Minas" en Camagüey.
The Cuba Railroad emitió dos series de postales con vistas de las ciudades por las que transitaba el Ferrocarril Central, entre Santa Clara y Santiago de Cuba.
22 de abril de 2018
Postal del hotel Casa Granda enviada al coleccionista José Hierro Báez en Huelva
Fotos: © www.elhotelcamaguey.com
"Uno de los principales coleccionistas de postales en Huelva, por el volumen de intercambio y variedad de países, fue José Hierro Báez. Figuraba registrado con el número 298/1 en el I.C.F, y R.E.C.P. –Red Europea de Coleccionistas de Postales– 21818 A. Vivía en la calle Ginés Martín, 52. Intercambió postales con Bélgica, Italia, Argentina, Letonia, Cuba, Dinamarca, Indochina, Checoslovaquia, Japón, Isla Mauricio, Costa Rica, Filipinas, México y Brasil y otros lugares de España. Reproducimos el texto de una de sus tarjetas postales en un primer contacto con una ‘corresponsal’ -término que se utilizaba para referirse a los coleccionistas que intercambiaban en cada lugar-. Estaba dirigida en 1930 a una señorita argentina, Adela Catenla, “Distinguida señorita: He visto su nombre en las listas de R.E.C.P. y me comunico con Vd. por si desea cambiar tarjetas postales. Deseo postales de todas clases, menos de fantasía, una a la vez, varias a la vez, sin escritura, escritas con sellos al lado de la vista. En espera de sus gratas noticias y me ofrezco atentamente a Vd. su afmo. s.s.”."
Más detalles en huelvabuenasnoticias
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15 de abril de 2018
Postal de la Cuba Railroad enviada desde La Gloria en Nuevitas (1919)
Fotos: © www.elhotelcamaguey.com
Postal # 48 de la segunda serie emitida por The Cuba Railroad. Enviada a Miss Emerson en el 512, Westford St. Lowell, Massachusetts.
Es altamente probable -pues la firma por estar muy pegada el borde inferior de la misma puede haber obligado el remitente a modificar sus trazos- que haya sido enviada por el doctor W. P. Peirce (en algunos documentos aparece como W. P. Pearce o W. P. Pierce) o por su hijo quien también llevaba el mismo nombre, uno de los fundadores de esta comunidad de norteamericanos al norte de la provincia de Camagüey.
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1 de abril de 2018
Rudyard Kipling y William Van Horne
Fragmento del capítulo 7 "La Casa propia de verdad"
"Con mi trabajo se alternaban
ráfagas de desmedida publicidad. A finales de verano de 1906, por ejemplo, nos
embarcamos para Canadá, a donde yo llevaba muchos años sin ir y que me habían
dicho que empezaba a liberarse de su dependencia material y espiritual de los
Estados Unidos. Nuestro barco era de las líneas Allan y de los primeros en
llevar turbinas y telegrafía sin hilos. En el camarote del telégrafo, cuando
cruzábamos como a tientas el estrecho de Belle Isle, un barco de la misma
compañía, a sesenta millas, nos dijo en morse que la niebla era aún más espesa
donde ellos estaban. Un ingeniero joven dijo desde la puerta: «¿Con quién
hablas? Pregúntale si ha puesto ya a secar los calcetines». Y la vieja broma
entre colegas atravesó la densa niebla. Fue mi primera experiencia práctica con
la telegrafía sin hilos.
En Quebec conocimos a Sir William Van Horne,
presidente de las líneas de ferrocarril del Canadá, pero que cuando nuestro
viaje de novios, quince años antes, no era más que director del departamento
que le había perdido un baúl a mi mujer y había puesto patas arriba a su
división para buscarlo. Su tardía pero muy considerable compensación consistió
en ponernos todo un vagón Pullman, con mozo de color incluido, para que
recorriéramos el país enganchados a los trenes que quisiéramos y con el destino
que nos apeteciera y todo el tiempo que nos viniera en gana. Aceptamos e
hicimos todo eso hasta Vancouver y vuelta. Cuando queríamos dormir tranquilos,
el vagón se quedaba secretamente en vías muertas y sin ruido hasta por la
mañana. A la hora de comer, los cocineros de los grandes trenes correos, para
los que era un honor llevar nuestro vagón, nos preguntaban qué nos apetecía. (Era
la época del pato silvestre con arándanos.) Bastaba que pareciéramos querer
algo para que ese algo nos estuviera esperando a unos cuantos kilómetros de
recorrido. De este modo, y con estas comodidades, seguimos viajando, cada vez
mejor, y el proceso y el progreso eran un disfrute para William, el mozo de
color, que nos hacía de camarero, niñero, ayuda de cámara, mayordomo y maestro
de ceremonias. (Para colmo, mi mujer entendía su manera de hablar y esto hizo
que él terminara por encontrarse a gusto.) Mucha gente venía a vernos en las
estaciones, y había que preparar y dar toda clase de discursos en los pueblos.
En el caso de las visitas, William, medio oculto tras un enorme ramo de flores,
me decía: «Otra comitiva, jefe, y más regalitos para la señora». Si había que
dar discurso, me decía: «Hay que dar un discurso en X. Siga con lo que está
escribiendo, jefe, sólo tiene que sacar los pies de la mesa y yo le limpio los
zapatos mientras». Y así, con los zapatos adecuados y bien limpios, el inmortal
William me sacaba a escena".
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