Frecuentador de las tertulias de El Fígaro y amigo de Manuel
Serafín Pichardo era Carlos Loveira, que pertenecía, en mentalidad y edad, a la
generación joven de 1910, aunque admiraba a muchos hombres de la vieja generación
que poseían, como no pudo adquirir él, una cultura superior que les permitía
"comprender" muchas cosas, como Enrique Piñeyro, por ejemplo, que
seguía a Hegel y lo comprendía como a "un profeta". Los que ahora
envejecen recuerdan a Carlos Loveira que cultivó —como el médico Miguel de
Carrión— el género verista de novela, un poco a la manera de Zola, sin la garra
de éste, desnudando el cuerpo de nuestro organismo social. Era Loveira un
hombre afable, sencillo. Se le tenía por melancólico. De origen humilde había
emigrado, casi niño, huérfano, a Estados Unidos, regresando, después, en una,
expedición revolucionaria. Al terminar la guerra caminó por diversas provincias
y zonas del campo hasta arribar a La Habana, donde se hacían los preparativos
para trazar el Ferrocarril Central. Presentado ante William Van Horne pronto
fue empleado como "time keeper" (listero tomador de tiempo) donde
entró en contactó con la masa ferrocarrilera que constituía la base (inicial)
del proletariado cubano. Los tabaqueros tenían ya sus gremios y tanto en la
capital, como en capitales y ciudades de provincia, el anarcosindicalismo
ganaba prosélitos.
Para leer más sobre Loveira y su obra: en librinsula
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